Mi vida sin carne

Testimonio de Amparo A

Cuando yo tenía unos 12 años, mi madre me compró un pollito (sí..., desgraciadamente...). Me encantaban los animales, así que lo cuidé, lo acaricié, le di calor,lo vi crecer, lo alimenté, lo observé, jugué con él como no lo había hecho antes nisiquiera con mi hermano... le quise mucho.
Un día soleado de verano, en la terraza de mi abuela, mi madre me dijo:
-"bueno...este pollo ya se ha hecho grande"
Y yo dije:
-"pues bien...si, se ha hecho grande, ¿y?".
A lo que mi madre me contestó con toda naturalidad:
-"pues que le ha llegado su hora y me lo llevo"
Entonces yo pensé...su hora de la comida?, su hora de dormir?, su hora de llevarlo a un sitio más grande?, su hora de que conozca otros pollitos?
Pues no. No era nada de eso.
Yo no me lo podía ni imaginar.
La miré extrañada.
Me sentí ignorante.
Mi madre con una sonrisa de NO MADRE me dijo:
-"Hoy, nos lo comeremos en la paella"
No puede ser verdad mami, los pollos amigos no se comen, pensé dentro de mí.
Pero no dije nada. Mi madre era buena y todo lo que hacía lo hacía bien.
Ella y mi hermano, en un acto de iniciación heroica, cogieron mi pollito confiado y se metieron
en la cocina. Yo me quedé en la terraza dándole vueltas a lo que acababa de ocurrir y sin pensar
que lo peor era lo que iba a pasar después.
Mi parte de mente adulta empezó a atar cabos y de un modo un tanto intuitivo entendí que lo que pretendían hacer con mi pollito era algo inadmisible. Fuí corriendo a la cocina y le dije a mi madre que por favor no le hiciera daño al pollito... entonces ella me contestó:
-"hija mía, pero porqué te pones así...si no lo matamos, ¿entonces para que sirven los animales?"
No supe que contestar.
En ese momento, pasaron por mi cabeza muchas ideas, ideas inconexas, ideas contrariadas, ideas incompatibles; pensé en mis gatos, ¿porqué cuando mis gatos se hacián grandes no tenían que pasar por esto y mi pollito si...?
Sentí rabia, impotencia, dolor en el corazón. No pude hacer nada. Solo lloré y lloré durante horas en un rincón polvoriento de la terraza de mi abuela. No comí. Me riñeron.
Aún lloro de rabia al recordar lo que ocurrió aquel día.
Esa semilla se plantó en mí hace 20 años y desde entonces no ha parado de crecer.
Hoy soy vegana.
Lo digo con mucho orgullo porque he tenido que luchar contra la corriente y he tenido que enfrentarme a la gente que más quiero.
Nunca le he contado a mi madre el daño que me hizo ese día, a lo mejor un día se lo intento explicar.
Hoy ya sé para que sirven los animales y lo cierto es que no sirven para que llegue el hombre y les arrebate la vida.
Los animales me hicieron feliz de niña y eso no lo puedo olvidar.
Si has llegado hasta el final de mi historia...solo te pido que pienses que es lo que hay detrás de un inofensivo trozo de pechuga empanada.